Los setecientos
millones de colisiones por segundo entre haces de protones en el LHC
dan lugar a setecientos millones de rinocerontes de todas clases:
grises, blancos, rosas, rojos, amarillos, iluminados, africanos,
asiáticos, perisodáctilos, dipsómanos, madridistas, astronautas...
La energía de las colisiones no los crea ni los destruye,
sencillamente los trastorna, y por eso padecen la existencia, asaltan
la vida. La vida no tiene cura, ya lo dijo Cristobal Colón en Cádiz,
en el año 2021, y por eso, aunque no se concibiera el gran
acelerador de partículas para su procreación, ellos se empeñan en
surgir de las fluctuaciones cuánticas o de las altas concentraciones
de energía. Luego se dispersan por el mundo, rápidamente, de
acuerdo a su propensión a ser ciudadanos libres y enamorados. Su
energía es amor por la velocidad de la luz al cuadrado.
Los científicos
almacenan toda la información, todos los billones de datos que
generan las colisiones, lo que no presupone seguir un ritmo adecuado
para su procesamiento y análisis, pues todavía los ordenadores
cuánticos, los que sí podrían dar cuenta de ello, por su
previsible alto rendimiento y alta capacidad de computación, no
están lo suficientemente desarrollados. Todo se andará, y cuando lo
hagan, discernirán perfectamente las partículas altamente
energéticas de los rinocerontes, habiendo de plegarse a la
evidencia. Habrán de abandonar el esquema ideal de la teoría, así
como, por ejemplo, Kepler, al estudiar concienzudamente la ingente
cantidad de datos astronómicos cedidos por Tycho Brahe, abandonó el
venerado círculo, por la elipse. Descorrerán el velo que nos nubla,
que nos disfraza la realidad, que nos la idealiza. Nos miraremos al
espejo, y, por fin, reconoceremos la trasformación, la metamorfosis
(es una forma de hablar, puesto que, desde siempre, recurriendo al
ejemplo de Kepler, lo tomado por circular había sido elíptico), las
marcas, los rasgos, las huellas impresas por la vida al rodar por sus
autopistas y carreteras secundarias, es decir, nuestras facciones de
rinoceronte. Y no nos veremos feos (al principio sí, claro está;
incluso habrá quienes sufran un shock irreversible), sino bellos,
con ese soberbio cuerno coronando los hocicos.
La vida media del
rinoceronte a altas energías es tan corta que solo puede inferirse
por sus productos de desintegración, así como el bosón de Higgs se
infirió de los fotones y leptones registrados en el detector ATLAS.
En la reconstrucción de las partes puede que falte alguna pieza
fundamental que provoque un error de interpretación, por ejemplo, el
cuerno, precipitándonos en la adjudicación de la partícula origen,
por ejemplo, considerándola un hipopótamo. Hay que asegurarse de
que dicha pieza no se manifiesta a su vez a través de otros
subproductos de desintegración que puedan ser detectados. Si en el
futuro, asentada la evidencia, al mirarnos al espejo no vemos
cuernos, no nos engañemos, no somos hipopótamos, somos
rinocerontes. Volverá a confundirnos el problema de la percepción
diáfana que, en algún caso, la óptica cuántica podrá resolver.
En los tiempos en el
que las fronteras y las naciones hayan desaparecido y solo queden
clubes de fútbol, los rinocerontes iluminados de la hermandad de las
cinco galletas habrán dejado de representar una religión perseguida
para constituirse en la oficial y universal, con su iglesia y su
Papa. Ya no existirán carnívoros ni herbívoros sino galletívoros,
y la Venta Paquete, por su papel heroico en los tiempos de la
clandestinidad, distribuyendo paquetes y más paquetes de las cinco
clases de galletas establecidas por el mesías, se convertirá en
centro de peregrinación y culto.
Antes de imponerse la
restricción a cinco clases de galletas, el pánico general frente a
que pudieran no llegar a ser tocados por la gracia de la Salvación,
habría hecho consumir indiscriminadamente cualquier tipo de
galletas, en suma, las legalizadas, es decir, las que convendrían al
poder establecido, torpemente combinadas con magdalenas y croissans,
infectados de grasas Trans y virus Ramírez (la variante barcelonesa
del VIH). Será comprensible tamaño error pues en su primera
andadura se confundirá la hermandad originaria de las cinco galletas
con un partido político y sus falaces promesas de Salvación, y no
con el germen de la auténtica religión, garante de la paz y la
concordia en el planeta. Tendremos una sola religión: la de las
cinco galletas, y un solo club de fútbol: el Cádiz C.F., después
de haber sido derrocado el Real Madrid en el cónclave cardenalicio
por alineación indebida.
Es incluso bastante
probable que el Papa instale su sede aquí, en la Venta Paquete,
sobre todo si sale elegido Francisco Umbral. Largas colas de
peregrinos y de fragmentos de silencio invadirán la carretera de las
Malas Noches para recibir su bendición y, de paso, hacerle algunas
consultas, no solo sobre bufandas, gafas de culo de vaso y máquinas
Olivetti, sino sobre misterios en general. Él aclarará qué pasó
en el Crematorio de Matías, por ejemplo. Si la segunda esposa de su
hermano Ruben Bartomeu causó o no tal tremendo shock a la familia
anunciando que estaba preñada (los hijos de su anterior matrimonio
eran ya treintañeros y padres a su vez) o lo aceptarían como la
enésima extravagancia de la tonta del bote con quien se había
encoñado su septuagenario padre tras enviudar. También revelará, a
quien esté realmente interesado, cuáles de las cosas imposibles que
Alicia, instada por la Reina, jugó a imaginar, se llegaron a
cumplir. Y adónde marchó Rocío, la madre soltera jerezana, tras
ser desahuciada; si encontró Techo y un Campo de fútbol para su
niño de ocho años. O si en el amor hay entrelazamiento cuántico,
superposición de soluciones o universos paralelos.
La clave de todo, y
solo su gracia divina y léxica será capaz de desentrañarlo, estará
en la naturaleza del amor oscuro. El 96 % del amor del universo es
amor oscuro, tal como conjeturó Friki Zwicky, al observar la
velocidad de expansión de la civilización humana. Puede que
Francisco Umbral tuviera que invocar al rinoceronte Ganda, cuyo grabado de Alberto Durero señoreará la sala papal del Vaticano
Paquete, para iluminarle en la respuesta. El amor oscuro tiene tanto
de indetectable como de enorme fuerza de imaginación motriz, bien
hacia un acercamiento cabal e intenso de las partes involucradas como
hacia un distanciamiento oneroso y cruel. Dicotomía ya señalada por
Maja Langsdorff: íntima, intensa y desbordante cercanía en
contraposición a silencioso, angustioso y exasperante
distanciamiento. Las estrellas dobles ofrecen información en este
sentido, decidiéndose algunas, para afirmar la consistencia de su
relación orbital recíproca, por reducirse a agujeros negros. El
amor oscuro tiende pues a permanecer invisible, incluso arriesgándose
a la negritud del agujero, para salvaguardar así la integridad y
riqueza de lo íntimo que su giro recíproco manifiesta, y no
sucumbir a un colapso catastrófico. La ocultación, el solapamiento,
el enterramiento... (bien detrás de un laurel tóxico en un jardín
botánico o en una hoja de cálculo en un libro de excel) forman
parte de los subterfugios para preservar su enérgica facultad de
expansión de las voluntades hacia el infinito, que es un ocho
acostado. Por supuesto, en la era de las cinco galletas
constituyentes del aporte nutricional nuestro de cada día, todo amor
oscuro pasará a ser una simple variante del amor claro, registrable
en las administraciones. Pero será Umbral quien pronuncie la última
palabra.