lunes, 9 de diciembre de 2013

Venta El Caminero


 
  Señorea el Camino Viejo de Paterna. Quien fuera caminante o caminero entre pastos guiando ganado prehistórico alzó aquí esta Venta. En lontananza, sobre el camino nuevo de asfalto, hay un fósil de tentáculo de pulpo gigante del mesozoico, muerto a la par de los dinosaurios, lo que apoya la teoría de un cataclismo general en detrimento de una extinción particular: también los fabulosos monstruos marinos perecieron. Gilliat hubiera tenido difícil vencer a un pulpo de tales dimensiones, por mucho que le animara su amor por Deruchette.









  En el interior dos cuernos de desigual tamaño y con vello en la base figuran como trofeo de un rinoceronte lanudo abatido a lanzazos y hachazos por una sección de élite de neandertales. El reloj de tapadera de fino tío Pepe marca las sesenta y cinco millones de años antes de las torres gemelas.

  Un austrolopitecus niega el pago de diez céntimos adicionales a la cafeína licuada porque no toma el azucarillo. Yo no debería negar el pago de un extra por el mantel ajedrezado verdiblanco que ensucio del comedor despoblado, vigilado por las cámaras de seguridad de los niños de Murillo. En el corral-laboratorio de brontosaurios de pluma negra Maxwell dilucida si Cavendish, el aspergeriano, se adelantó a la ley de Coulomb, la de Ohmn y la de Faraday, revisando sus manuscritos. La tostada de huella de argentinosaurio tenía espinas y cartílagos de las crías ahogadas en una pisada de huida. Pago y devuelvo la demasía, pese a que me podía haber callado y dejado en la ruina al heildelbergensis.








  Por el Camino Viejo de Paterna hay tubos de vegetación sin música de Beyonce ni de Kapsberger: carrizos, palmitos, lentiscos, zarzaparrillas… pasillos de gusano intergaláctico revestidos de piel de escama de lagartija que estruja y desemboca en varios cruces, el primero de los cuales, con el Cordel Segundo de Servidumbre, muestra una indicación hacia el convite de cumpleaños de quien, por el tono desgastado del papel, ya ha debido despachar su seguro de decesos. Los tubos de vegetación se van encadenando con los pasillos de gusano y sobre ellos, coronándolos como peinetas atmosféricas, asoman los aerogeneradores que bracean para propulsar los vientos.









 Los tubos vegetales se disipan, no de momento, sino, paulatinamente, apareciendo claros a intervalos regulares, desde donde se puede contemplar la compañía aerogenerotrasportada en la extensión de los campos, replicada durante la berrea y clonada en los laboratorios de Japón. Los vientos siguen la dirección de su girar, por eso se denominan aero (aire) generadores (generadores de aire). Hay uno, puntualmente, malogrado por una excesiva avidez de funcionamiento, en reparación por los operarios habilis, que han trepado por las escaleras de caracol.

  









 Cuando el vértigo de los tubos vegetales desaparece definitivamente después de unas curvas entre cañaverales y el paso por una cúpula gótica de pinos con suelo alfombrado de agujas desecas, se clarea la vista y las cuestas descienden y se empinan en delirio de montaña rusa. Hay biciraptores de pieles membranosas negras que me adelantan, a pesar de diseminar mis canas-señuelo en la arena entre las piedras. En los flancos aparecen matas secas: espinas de la tierra, pelusa algodonosa de una barba terráquea negriblanca y juncos florecidos antes de la irrupción de una laguna. La laguna del Taraje.














  Bello paisaje que hubiera apetecido a mister Paunceforte para imprimirle su estilo de tonos pálidos y elegantes, atrayendo luego a una remesa de pintores, entre ellos a Lily Briscoe. No hay faro ni rocas, quizás algún cocodrilo prehistórico acechando de aperitivo la malvasía o la focha, mientras el aguilucho lagunero bebe del antiguo vertido fecal antes de la regulación del régimen hidrológico.

  Las lomas se encrespan y el piso se empiedra dificultando el rodaje de cernícalo espacial del caballo pazguato cafeteril que detesta escuchar conversaciones histriónicas de sexo según el que se las sabe tanto. El rancho la Carrascosa deriva en una garganta de piedra en las que el grito de Munch resuena y se extiende por cavernas subterráneas.











  Paterna inexiste porque al final del camino de calamidades herbáceas asoma un bosque nutrido de eucaliptos atravesado por un pasillo de tablas. Los biciraptores vigilan al extremo de esta proa de canoa amazónica abriéndose paso sobre la hierba y malezas de un bosque de secuoyas en Carolina del Norte. Me envalentono y me confirman que no hay más vereda, que el Camino Viejo de Paterna no llega a Paterna, sino aquí; y que, de todas formas, ellos velan porque nadie intente lanzarse al mar de pelusa espumada.









  Regresando resignado escucho tiros. Los biciraptores me pasan y huyen rápido. Son batidas de la peña cazadoril de cromañones, una bala de lasca alcanza mi desviador-talón de Aquiles y me descompone el mecanismo de los piñones. Me quedo sin vehículo. Debo practicar el remar de piernas y llenarme de paciencia de milenios hasta el reencuentro con la venta si no me pasan glaciaciones o soles de ascenso vertiginoso y deshidratante. Casi estoy por acurrucarme bajo un árbol de oro sobre el que inscribir a cuchillo en la corteza un corazón antes de dejarme ir muriendo pensando en la reina de los insectores. Afortunadamente, al cabo de unos cientos de piedras y espinos y de esquivar los ladridos del pavo navideño de la Carrascosa, me asisten unos aliados que sacan herramientas óseas y me reparan la cadena. Debo haber echo fracasar el juego virtual de un Ender torpe y estratega medio. La Venta el Caminero reaparece al final de los tubos vegetales con un reflejo de sol más brillante. La dicha me embarga de dientes afilados que repongo en las mascotas prehistóricas.










  Vuelvo por fin a Varsovia con Witold, sin más, sin la perplejidad de haber visto una secuencia de ahorcamientos entre las masas vegetales (gorrión, palito, gato, Ludwich) ni tampoco haber visto morrearse las bocas de Lena y Katasia. Con la desilusionante percepción de que los caminos señalados hacia los sitios están interrumpidos por vallas electrocutoras que delimitan los cotos privados de caza de biciraptores.






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