Hay aquí una chimenea de verdad, ya difícil de encontrar a estas alturas
de siglo en que pocos ejemplares quedan de camaleones leopardo o tigres de las
nieves. Es también una chimenea navideña, o sea, dickenssiana.
La venta está en el cruce de cuatro caminos
(el Croosroads demoníaco de Robert Johnson), hacia cuatro puntos cardinales: El
Portal, Lomopardo, Yeguada de la
Cartuja y Granja de Cocodrilos Kariba.
Su significado corresponde a refrendar el
nombre de la finca de los duques de Villamarta o de los condes Doméq o de la baronesa
Blixen o qué sabe ella, según me explica, la rechoncha y desdentada dueña. La
cual, sin duda, percibe mi intento de asemejarme a su habla campechana para
hacerme entender o más bien hacerme sujeto confiable; intento risible porque yo
hablo fino; así que en seguida se me aparta y se junta con los del extremo de
la barra, más de su estirpe.
Lo que necesito encontrar es una esterilla o una alfombra (persa,
caucásica, turquestana…) para acomodarme al amor de la lumbre de esta chimenea
de verdad, donde arde robusto y paciente un tronco. La llama flamea por su
espalda, a ráfagas de intensidad variable, lo cual la dota de una intención
misteriosa al no vislumbrarse una razón evidente que la estimule o mitigue
externamente si no es la sujeción a las leyes de su propio arder.
Me hago
un hueco tras apartar bruscamente a un parroquiano con colaña interdental haciendo
visajes de lagartija; la colaña acaba en la llama. Me tumbo en la alfombra, y
el calorcito (muy distinto del de las estufas o calefactores eléctricos) me
hace dormirme y despertarme en distintos sueños.
En el primero Raskolnikov está siendo interrogado por el teniente de
policía san peterburguesa Ilia Petrovich a causa de sus deudas con la patrona a
la que debe el alquiler; todavía desconoce que ha asesinado a la vieja
prestamista para poder saldarlas. En el segundo Kurt Crüwell permanece en el
sanatorio de Notre Dame de Rocamodour, dislocado el intelecto del resto de su
sensibilidad corporal, mientras la hábil enfermera escocesa Esmeralda comienza
a hacerlo reaccionar colocándole cerca las agujas y retales de sastre que había
guardados entre sus efectos personales. En el tercero el slum Garib Nagar de
Bandra se pega fuego, consumiendo las chabolas y los vertidos de las calles, a
pesar de lo cual los niños se divierten y juegan a saltar y deslizarse entre
las llamas. En el cuarto Finch Hatton ordena a Isak Dinesen que permanezca
quieta frente a la leona que la acecha, no perciba su nerviosismo y le salte
encima y la devore. En el quinto Neil y Brenda se citan a escondidas en los
aparcamientos de caravanas al pie del lago Hurón.
Me despierto reconstituido. El tronco se ha reducido a ascuas
incandescentes. La alfombra se ha disuelto en la ceniza del suelo. La chimenea
no me la puedo cargar en la bicicleta como tampoco las aspas del techo para
usarlas de hélice propulsora.
No me disgusta
haber vuelto a suspender la asignatura: Instrucciones para blindar un corazón,
de José María Parreño (ha sido en el apartado: Combatir a la muerte en todos
los frentes/ y sobre todo / en el campo de batalla de tu piel). Me sale una
isla de Batz en la región subclavia mientras pedaleo el camino de regreso por la CA-3113. Saludo a
los caballos de Adonais que no retozan en las playas de Roscoff, sino en un reducido
cuadrilátero, embarrado e infecto. Por su propio bien será mejor que no sueñen
con chimeneas.
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