¿Qué hace aquí, en esta explanada
frente a la venta, la estatua de Aquiles que veneró Alejandro Magno,
al paso por el Helesponto, antes de seguir hacia Persia, para
reforzarse en su ejemplo heróico?
Pero no; no es exactamente la misma,
a pesar de su incuestionable semejanza. La venta ha adoptado su
nombre por el parecido, mas debiera llamarse Venta El Otro Palmera.
Que traducido resulta: El Otro Aquiles. El Otro Aquiles unamuniano.
El Otro Aquiles unamuniano es el
resultado de la disyuntiva que ofrecen dos Aquiles gemelos, cada uno
escogiendo un destino distinto, igualmente legítimo, ajustado a una
misma personalidad idiosincrática. El de todos conocido marchó a
Troya, luchó heroicamente, desplegó las mañas aprendidas con el
centauro Quirón, guió a los aqueos, instruyó a Patroclo, se
enamoró de Briseida, mató a Héctor, cayó muerto de un flechazo en
el talón por Paris. El Otro no salió de Esciros. No acompañó a
Ulises cuando este se presentó disfrazado de mercader en el gineceo
del rey Licomedes; prefirió quedarse, renunciar a la gloria del
guerrero; no abandonar a Deidamía ni a su hijo Neoptólemo;
subordinarse al papel de esposo leal, responsable, digno; no dar un
disgusto a Tetis, la madre, que allí lo camufló, travestido de
mujer, para que no lo encontraran ni lo tentaran, sabiendo que, por
el oráculo, en la guerra perecería; prefirió permanecer allí,
envejecer allí, morir sin gloria, achacoso, en la cama.
El Otro Aquiles perpetuó su estado
vital estético, divino, regalado, individual. Fue héroe de lo
cotidiano, de lo anodino, paradigma de la fidelidad conyugal, del
compromiso familiar, ejemplo de yerno agradecido, afable,
equilibrado, laborioso, prototipo de hijo ideal, mimoso,
complaciente, entrañable. Salvaguardó la armonía y el equilibrio
de su ser gracias a desoír el aullido corruptor de la polis, su
tiránica reclamación, su desfachada convocatoria, al socaire de lo
persuasorio de lo útil, lo beneficioso, lo provechoso a la sociedad,
a los suyos. El Aquiles famoso batalló enérgicamente, saltó al
estado vital ético, mortal, sufriente, colectivo. Fué útil a la
polis, provechoso a los aliados, glorioso, guerrero, amante, mítico.
Renunció a una búsqueda a través de la interiorización, de la
identificación con lo anodino, con lo reglado, lo previsto.
Desbarató las posibilidades electivas, no dejándolas sin decisión.
Dejó de soñarlas todas, despojándolas de su tiránico y
rencoroso celo, una vez cristalizadas. Concretó una. La que lo llevó
a la guerra.
En el lenguaje de la mecánica
cuántica se diría haber colapsado una de las múltiples
posibilidades previstas por la teoría (con su coeficiente de
ocurrencia asociado), por las fórmulas de Schrödinguer, de Dirac,
etc. En el momento de querer conocer, de querer medir, de querer
cuantificar los parámetros que las caracterizan, accionamos nuestros
aparatos, colapsando una de entre todas las posibles, y, lo peor de
todo y más trágico, excluyendo todas las demás. El gato de
Schrödinger está vivo y muerto a la vez, hasta que la avidez de
conocimiento nos empuja a destapar la caja donde está encerrado y
colapsar uno de los dos estados: vivo o muerto. Con lo bien que
estaba sumido en aquella ambivalencia.
En el lenguaje humano sería
preferible usar el término síncope, no el colpaso, de
la mecánica cuántica. Porque, ya que no hay aparatos que nos midan,
como tampoco un instante preciso de referencia en que podamos
asegurar categóricamente: sí, ahí fue, el momento de la elección,
sin la concurrencia de una serie de circunstancias más o menos
febriles, más que colapso lo que sufrimos es un síncope. Un síncope
electivo. Porque a la vez que es respuesta de nuestra voluntad es
también la exteriorización de una patología incubada, en la cual
no hemos intervenido nosotros solos. El caso de Aquiles es fácilmente
concretable: tomó su decisión cuando se le presentó Ulises. Pero
sería más pertinente y acertado decir que sufrió un síncope
electivo, en el cual influyeron las circunstancias concurrentes, no
necesariamente nítidas y visualizables. Porque ¿qué hubiera
decidido antes de haberse desposado con Deidamía y haber nacido
Neoptólemo? Es erróneo pensar que, al verse aún libre del lazo
conyugal, menos dudas habría tenido en unirse a Ulises. Al
contrario: la perspectiva del desposorio con alguna de las hijas del
rey Licomedes, le brindaría aún una posibilidad demasiado fuerte y
atractiva. Mientras que el hecho de que esta experiencia estuviera ya
consumada (al menos en su principio), le determinó a desprenderse de
la misma, para lanzarse a la aventura y a la guerra.
El potencial del estado estético es
mayor en la situación previa a desposarse con Deidamía que una vez
unido a ella, y todavía mayor aquí que antes de haber nacido
Neoptólemo. Al marcharse con Ulises (tras el síncope electivo)
abandonó el estado estético por el ético, la complacencia y la
exquisitez ociosa entre aromas femeninos, por el compromiso y la
tensión del fragor bélico.
Afortunadamente nos quedó El Otro Aquiles para configurar lo que dió
de sí la alternativa de la historia. Un Otro igualmente valeroso y
batallador, pero que decidió quedarse. Un Otro intercambiable con el
mítico, el heróico, así como, al fallecer Damián, en la obra de
Unamuno, Cosme, el gemelo, asume la identidad de los dos. Para las
esposas El Otro es quien les conviene y desean, y este, no contradice
a ninguna. Desde la muerte de Aquiles por el flechazo de Paris, el
Otro Aquiles es los dos, y como tal, concede la razón a las mujeres
que lo reclaman y responde igualmente por las gestas heroicas y las
tareas domésticas que le atribuyen. Parafraseando a Wislawa
Szymborska, en su poema Del Montón, afirmaremos que fue
inequívocamente uno y otro sin por ello sufrir el extrañamiento que
le hubiera deparado ser solamente uno de los dos.
Ya afirmó Unamuno que el matrimonio
es una escuela de fingimientos (Madres), probablemente la mejor. Por
eso el Otro Aquiles, el que permaneció en Esciros, haciendo vida de
esposo de Deidamía, aprendió los fingimientos necesarios para
aparentar que dedicaba enteramente su vida a ser un ciudadano del
montón, intrascendente, anodino, cuando, a la muerte de su hermano
gemelo en Troya, hubo de asumir sus gestas y acarrear sus amores
(Briseida, Pentesilea, Patroclo...). Supo manejar, no una pérfida
doblez, sino una dualidad intrínseca, propia, natural, así como la
luz necesita ser, sin contradecirse, onda y corpúsculo a la vez. La
disyuntiva entre lo estético y lo ético, lo filosófico y lo
experimental, lo contemplativo y lo práctico, lo regalado y lo
sufrido, la resolvió magistralmente. Claro: porque era Aquiles.
Inteligente y poderoso a un tiempo.
Quienes no fueron ni son Aquiles,
quienes no conocieron ni conocen que hubo un hermano gemelo que
siguió los pasos determinados por un síncope electivo distinto, no
alcanzaron ni alcanzarán a comprender su experiencia ni su
sabiduría, la dimensión de su conciencia, la magnitud de su
leyenda. Talmente Pierre, el protagonista de la Amaba, de Anna
Gavalda. No es que fuera un cobarde, renegando de su amor verdadero,
al que mantuvo en secreto. Es que no conocía al Otro Aquiles
unamuniano, ni había leído la Amante de Maja Langsdorff. No han de
ser mutuamente excluyentes, aunque tampoco intersecten, como los
conjuntos disjuntos. Lo que Pierre buscaba era probablemente El goce
supremo, al margen de conceder que primeramente sobrevino el
encuentro accidental, y luego ya lo buscó y lo ansió; pero, mira tú
por donde, Sarah no le reveló que con el atlético chico que pasó
toda una noche ñaca-ñaca no alcanzó el deseado
orgasmo, y sí, imprevistamente, con el veterano amante cincuentón
que la masturbó mientras contemplaba un programa televisivo de
animales salvajes. El típico caso de zoofilia inducida. Es cuestión
de descubrir la perversión nuestra de cada día.
La estatua de el Otro Aquiles es
espléndida, colosal, bella, y por eso cada vez que paso por la venta
en bicicleta la venero, como Alejandro Magno la de Aquiles. El héroe
de lo cotidiano. El paradigma del vividor que es la suma de lo vivido
y de las posibilidades soñadas que fue apartando del camino y a
menudo gozan de un potencial emocional evocador mucho más intenso
que las propias experiencias, según la perspicacia de Javier Marías.
En la explanada que rodea a la estatua no hay instalada una barraca
con la atracción de los espejos deformantes como la del campo del
ferial en Swaenson o la del callejón del Gato en Madrid. No caben
dudas de su imagen real. Es esa. La estatua (con apariencia de
palmera desangelada) del verdadero Otro Aquiles, y solo unos ojos
privilegiados pueden comprender su belleza y su perfección. He ahí
el Otro que se esconde bajo el que ríe, el que posa, el que expone
su cara y sus cabellos y hace salir bonitas palabras de su boca, y
tiene dinero, y riñe y ama, y se mueve y lucha. Eso sí, sin olvidar
lo que apuntó don Filiberto sobre Unamuno: que es el primer humorista de
España.
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