miércoles, 31 de diciembre de 2014

Venta El Cepo


  La Academia está poblada de aspirantes que aguardan su turno: el salto definitivo al espacio. Entre tanto, obedecen a los instructores y estudian los atlas del espacio, los libros de navegación, los tableros de relojes, el manejo del astrógrafo, del trayectómetro, etc. Les llevará años, a unos más, a otros menos, antes de afrontar la prueba de capacidad y destreza. El que la supere, pasará a la Base Norte, y de allí, tras las estereotipadas preguntas, obtendrá el permiso de piloto estelar.













  La Venta El Cepo Cósmico no está concebida para abortar evasiones. Se trata, más bien, de un simulador avanzado que revela la pericia de aquellos talentos potenciales que, ante las previsiones de un ataque inminente, pueden incorporarse al batallón aeronáutico. Es un avance respecto a los simuladores de la serie AMU, pues, por su perfecto camuflaje, no se percibe la forma cónica, ni los reactores nucleares, ni el escudo antimeteoritos, etc.








  Los ingenieros intelectrónicos concibieron la idea de este nuevo simulador después de que el cadete Pirx superase la primera prueba en la AMU 27, venciendo al cadete Boerst, primero de la clase, más brillante e inteligente que aquél. Este se estrelló contra la luna durante la misión de escolta de las naves JO2 hasta una órbita estable alrededor de dicho satélite. Aquel resolvió la sucesión de percances desencadenado por las moscas verdes (manipuladas genéticamente y con instrucciones precisas para copular encima de los cables de la caja de los fusibles hasta cortocircuitarlos), efectuando un giro escapatorio a apenas 400 kilómetros del cráter Timócaris y a 7, 9 km/sg de caída en picado.




  Los cadetes que, durante los estudios, revelan más inconstancia y torpeza, a la hora de la verdad demuestran una pericia y audacia inusitadas, un talento irreconocible, una prodigalidad de recursos desacostumbrada. Contradicen la calculada previsibilidad de los Jefes, resolviendo eficazmente, con una inventiva inesperada, los problemas de supervivencia en situaciones extremas.



  El simulador la Venta El Cepo Cósmico desarrolla además las variaciones (a menudo ínfimas) de aquellos retratos en miniatura que colapsaron cuánticamente en decisiones anodinas, reprimiendo los talentos que habrían sido los idóneos para la expansión y colonización de la galaxia. Traídos hasta la cabina de control, maniobrarán de tal forma que queden enmendadas aquellas decisiones que condicionaron su fenecimiento hacia una vulgaridad existencial. Aquí la señora Carlyle se separará de su marido y explotará su talento literario y su liderazgo de un grupo reivindicativo social feminista; Anthony Froude reconocerá como mártires no solo a los protestantes sino a los otros quemados en el Smithfield Market por decreto del Rey y el Parlamento; el magistrado Charles de Brosses no importunará con una factura risible por la leña adquirida en su hacienda de Tournay a Voltaire, logrando su apoyo para ocupar un asiento en la Academia de Paris; Dolly compartirá con Joseph la botella de ron escondida bajo el vestido de novia y ambos escaparán a Abisinia; Maxine corregirá su drogadicción para no acabar en la Extensión 114, claudicando ante los vendedores de vida eterna; Irina cederá a su instinto de sirena del mar de Kara, saltará al agua aprovechando una aurora boreal que trasforme sus piernas en cola de pez y, así, contrarrestará la amenaza de la extinción de la especie que suponen las prospecciones de gas y el cambio climático; etc.







  En la Venta El Cepo Cósmico la simulación no se quedará ahí, sino que los retratos en miniatura rectificados se implementarán en clones cibernéticos que se enviarán a un planeta interestelar para que evolucionen desde esa otra vida descartada por una indecisión cuerda y pusilánime.




  Hay galerías subterráneas entre la Academia y la Venta El Cepo para que desfilen los candidatos tanto a pilotos estelares temerarios como a clonaciones cibernéticas de vidas descartadas. El Cepo resulta un incuestionable atractor en este sentido con lo que, para evitar el colapso de tráfico, el agujero de gusano catapultador se ha establecido en la explanada cercana donde antes había girasoles.




  Los clones cibernéticos de la serie Aniel los dirigirán, entre otros, al planeta Jota-116-47, próximo a Acuario, para que desarrollen allí esa otra ansiada existencia, inviable ya, en la Tierra. Recordemos que Aniel fue el primer autómata que se desasió del control volitivo humano y, pensando por sí mismo (eso sí, después de cumplir su misión de registro audiométrico y fotográfico del terreno), desafió una cumbre escarpada, escalándola sin la precauión de llevar los propulsores. Él acabó despeñándose, pero también dando un ejemplo de iniciativa que a los programadores e ingenieros indujo a basar en él los futuros clones de colonización del planeta. Dieron un giro más de tuerca a la consabida máxima de Lao-Txé: A los humanos se les conoce por su forma de tratar a los robots.



  Por último se está estudiando la posibilidad de que la Venta El Cepo Cósmico se emplee también para excursionistas celestes, es decir, verdaderos o clones, pero para solo el tiempo de la excursión, aventura, viaje turístico o ensayo previo antes de la definitiva concreción de la variante vital a colapsar cuánticamente. Para ello se les enviará más cerca, a Titán, satélite de Saturno, ideal para expansiones lúdicas.



  Los candidatos para la primera prueba ya han sido elegidos: serán los amantes Terako e Iwanaga. Realizarán un crucero en el Queen Elizabeth por el Nilo de Titán. Ella ya está ensayando la danza del vientre de las geishas y él practicando algunas melodías con el Shamisen. Los científicos estudiarán sus reacciones para ver cómo evoluciona el amor en las condiciones espaciales más favorables.









miércoles, 24 de diciembre de 2014

Venta Castora







   Estando a la vera del río Guadalete, bajo un árbol, en el tramo entre el Portal y la Corta, rumiando intrascendentes pensamientos como Wislawa Szymborska a la orilla del río Raba (Puede ser sin título), ocu­rrióseme la correcta explicación al misterioso hallazgo de un casco corintio en 1938. ¿Qué hacía un casco griego en esta zona si por aquí los pueblos que la habitaron fueron otros: tartesos, fenicios y romanos?

  










   El agua fluye mansa y verdosa, flanqueada por juncos y brezos. Los arqueólogos han apuntado algunas hipótesis, la más pretenciosa la que lo relaciona con un regalo de Coleo de Samos al rey tartési­co Argantonio. Otras lo atribuyen a burdos comerciantes o marineros, interesados en incorporarlo a su colección de excéntricas curiosidades o de ofrendarlo al río en agradecimiento por una travesía sin percances.










   El agua dicurre mansa, la carretera próxima estrangula su música, sólo un hábil violinista como Manuel Guillén con­sigue desasirla con disonancias y arritmias, y recuperar su Elogio.






   Hubo batallas. Y hubo un ritual de renuncia a las armas.



   Lugares hoy pacíficos y banales, con alguna basura incrustada entre los hierbajos sin ningún valor arqueológico que se presuma, soterran el fragor de las tenazas de antaño. Las tenazas cercenaron las cabezas; algunas, vale que sí, pertinentemente cosidas por cables (Experimento), fueron felices. 



 

   Pasaron los siglos y el río resultó un arcano impenetrable; entonces no le hacía falta cauce, ni ori­lla, ni juncos; todo era agua (o cielo) hasta las estribaciones de Doña Blanca (El cielo). Ningún muro contuviera los desbordamientos; ningún hilo de agua privara de la navegación.



  

   Examinando bien el casco desnarigado, a la luz de una cefeida, parece de pequeñas dimensiones para una cabeza griega (mujer u hombre, es igual, suponiendo ya la división establecida (Cálculo elegíaco)), mas no para un cangrejo uca pugnax. Le encajaría perfectamente, si bien, también este, con los siglos, y las generaciones evolucionadas desde las primitivas migraciones al río San Pedro, los caños de la Carraca y las orillas de la Bahía, ha encogido, y para un ejemplar actual no resulta de su talla.






    Millones de años atrás los uca pugnax amedrentaron a los mamuts de la Florida.


   El silencio frente al río Guadalete me desvela soluciones verdaderas, descartando las conspiranoi­cas. Las soluciones conspiranoicas pugnan por ser las primeras pero hay que desecharlas, aunque generalmente acaben imponiéndose. Lukeria habría terminado confesando a Christopher Boone que había ella empujado por la ventana a la mujer del prestimisa (La sumisa), por celos ante el proyecto de un viaje juntos que restablecería la ilusión del matrimonio, prescindiendo de ella, la sirvienta, y porque le hurtaba las bragas (De-cadencia). El silencio de Christopher Boo­ne atrapa las soluciones verdaderas (el padre le confiesa que es el asesino del perro y que le ha engañado respecto a que su madre estaba muerta). También Dolly le habría confesado que bebía de la botella de ron escondida bajo el vestido de novia, no porque renunciara al amor de Joseph para casarse con alguien a quien no amaba, sino porque no podía darle la teta al hijo que había parido ha­cía tres meses en Abisinia y que había encomendado a una matrona. 










   El silencio frente al río Guadalete me revela (porque la Naturaleza también confiesa, tarde o tem­prano, cuando no puede callarse más) que los orificios de los ojos del casco servían para asomar por ellos las tenazas con las que despedazaban a las otras naciones de cangrejos del Guadalete.






   Hasta que el amor se declaró.


   Estaba escrito antes de coincidir en un chat o en el ferry del río Mekong. Ya habían sobrepuesto sus tactos a mismos picaportes y timbres (Amor a primera vista), removido el aire de mismas puertas giratorias, extraviado mismas pelotas entre los matorrales de la infancia, desmigado pan para las mismas ga­llinas, bailado mismos ritmos de discotecas, estudiado en mismos pupitres de instituto. El principio del encuentro no fue más que una continuación.






   Y por eso el guerrero, ajustándose al guión de la conquista enamorada, notando que la fuerza bruta no la seducía, renunció a su casco y a una de sus tenazas (arronjándolos ceremonialmente al río), esta última, para interpretarle al violín serenatas de amor o las estaciones de Vivaldi. 
  








  Desde enton­ces se le conoció como el cangrejo violinista. La migración y la selección natural hicieron el resto.



   Los amantes se llamaban Castora y Teleiro. Y Rameau les dedicó una ópera (versión para can­grejos).






   Desperté de mi embeleso frente al río y rápidamente di un toque de teléfono a la doctora Woolf, in­signe arqueóloga (y otras muchas más cosas en el momeno de empinar un canasta), para quedar y exponerle mi teoría.