miércoles, 9 de abril de 2014

Venta Las Angulas








  Las culebras del cabello de Medusa son angulas en la versión mitológica local; resulta un poco menos terrorífica; incluso en el menú del día puede aparecer como segundo plato: trompezones de angulas fritas con aceite de bicicleta.







 La gorgona mortal (Esteno y Euríale eran diosas) lucía una resplandeciente cabellera hasta que Poseidón se la benefició en el templo de Atenea y Zeus le impuso esa lacra para que nadie más se atreviera. La pretendida pudibundez y cortedad suya (se mesaba sensualmente los cabellos y respingaba las cachas, resguardada en la penumbra de una arcada lateral), al no querer figurar como buscona, la castigó el altísimo olímpico con aquel burdo truco de taumaturgo aficionado.







  Aquí, en la barriada la Corta, no hubo Perseo que le segara la cabeza, simplemente advino un paisano locuaz y persuasivo que entabló pacífica plática con ella y le propuso aprovechar las angulas para un plato de especialidad. El negocio fue fructífero, los parroquianos se chuparon los dedos del caldillo de las secreciones y traspiraciones hervidas. Cuando faltó provisión, acudió ella al río a refocilarse con el poseidoncito de agua dulce (pudiera entenderse también el dios-río Alfeo, más cuanto Aretusa le dio calabazas) para que el hermano le regenerara más angulas en la testa.







  El poder de su mirada ha quedado también desvirtuado. En vez de convertir en piedra lo que miraba lo volvía vegetal. Hay un limonero al otro lado de la carretera bastante sospechoso. Mientras yo lo examinaba entró el dueño de la finca y, para dispensar mi ceñuda inspección, como si sobornara a un inspector de Hacienda, me ofreció media docena de limones, arrancándolos él mismo de las ramas.







  Eran lozanos y frescos, muy lejos de provocar la pestilencia halitosa del mendigo lunático de Central Park (los del limonero del que los cató debían estar podridos), quien endosa a Henderson Dores la frasecita indescifrable, por más que diseccione Estados Unidos: “El peletero cree a medianoche que tiene las manos llenas de nubes" (Barras y Estrellas. W. Boyd).




   Más me casa con el seto en el que se metamorfosea Louis, por eso de las rutilantes irisaciones de las hojas en su tremolar por la brisa (el amarillo de los limones), si bien no conocemos explícitamente de qué árbol se trata (Las olas. V Woolf.). La ubicación es del todo indiscreta, haciendo impensable que ninguna Jinny se acerque a bailarle y besarle la copa, no obstante no ser descartable como elemento de recreo más allá de la casa de las herramientas y de Elvedon, a su vez más allá del aeródromo viejo, abandonado y espectral, donde juegan los niños del hospicio y hacen maniobras los militares ociosos que añoran su tierra polvorienta (Tierra de nadie. I. Aldecoa.)







  Alrededor del río, la vegetación es presumiblemente gente trasformada por la mirada de la medusa cabelliangula, incluso ninfas, pues no creo que Aretusa sea aquí ningún manantial, y hospitalarias criadas de Eleusis, por la apariencia de faldas alzadas que ofrecen algunos manojos de ramas y la cuarteada corteza en forma de entrepierna de Baubo. No sabemos si el lienzo que salvó la hija de Loomis Gage de las llamas lo donó Henderson Dores a la National Gallery, en cuyo caso pudiera contemplarlo la condolida Rhoda, en vez de al Baco y Artemisa de Tiziano, para así aliviar la pena por la muerte de Persival, sin necesariamente alcanzar las risas estentóreas de Demeter.