martes, 27 de octubre de 2015

Venta La Palmera


   ¿Qué hace aquí, en esta explanada frente a la venta, la estatua de Aquiles que veneró Alejandro Magno, al paso por el Helesponto, antes de seguir hacia Persia, para reforzarse en su ejemplo heróico?



  Pero no; no es exactamente la misma, a pesar de su incuestionable semejanza. La venta ha adoptado su nombre por el parecido, mas debiera llamarse Venta El Otro Palmera. Que traducido resulta: El Otro Aquiles. El Otro Aquiles unamuniano.


  El Otro Aquiles unamuniano es el resultado de la disyuntiva que ofrecen dos Aquiles gemelos, cada uno escogiendo un destino distinto, igualmente legítimo, ajustado a una misma personalidad idiosincrática. El de todos conocido marchó a Troya, luchó heroicamente, desplegó las mañas aprendidas con el centauro Quirón, guió a los aqueos, instruyó a Patroclo, se enamoró de Briseida, mató a Héctor, cayó muerto de un flechazo en el talón por Paris. El Otro no salió de Esciros. No acompañó a Ulises cuando este se presentó disfrazado de mercader en el gineceo del rey Licomedes; prefirió quedarse, renunciar a la gloria del guerrero; no abandonar a Deidamía ni a su hijo Neoptólemo; subordinarse al papel de esposo leal, responsable, digno; no dar un disgusto a Tetis, la madre, que allí lo camufló, travestido de mujer, para que no lo encontraran ni lo tentaran, sabiendo que, por el oráculo, en la guerra perecería; prefirió permanecer allí, envejecer allí, morir sin gloria, achacoso, en la cama. 
  


  El Otro Aquiles perpetuó su estado vital estético, divino, regalado, individual. Fue héroe de lo cotidiano, de lo anodino, paradigma de la fidelidad conyugal, del compromiso familiar, ejemplo de yerno agradecido, afable, equilibrado, laborioso, prototipo de hijo ideal, mimoso, complaciente, entrañable. Salvaguardó la armonía y el equilibrio de su ser gracias a desoír el aullido corruptor de la polis, su tiránica reclamación, su desfachada convocatoria, al socaire de lo persuasorio de lo útil, lo beneficioso, lo provechoso a la sociedad, a los suyos. El Aquiles famoso batalló enérgicamente, saltó al estado vital ético, mortal, sufriente, colectivo. Fué útil a la polis, provechoso a los aliados, glorioso, guerrero, amante, mítico. Renunció a una búsqueda a través de la interiorización, de la identificación con lo anodino, con lo reglado, lo previsto. Desbarató las posibilidades electivas, no dejándolas sin decisión. Dejó de soñarlas todas, despojándolas de su tiránico y rencoroso celo, una vez cristalizadas. Concretó una. La que lo llevó a la guerra.



  En el lenguaje de la mecánica cuántica se diría haber colapsado una de las múltiples posibilidades previstas por la teoría (con su coeficiente de ocurrencia asociado), por las fórmulas de Schrödinguer, de Dirac, etc. En el momento de querer conocer, de querer medir, de querer cuantificar los parámetros que las caracterizan, accionamos nuestros aparatos, colapsando una de entre todas las posibles, y, lo peor de todo y más trágico, excluyendo todas las demás. El gato de Schrödinger está vivo y muerto a la vez, hasta que la avidez de conocimiento nos empuja a destapar la caja donde está encerrado y colapsar uno de los dos estados: vivo o muerto. Con lo bien que estaba sumido en aquella ambivalencia.
  


 En el lenguaje humano sería preferible usar el término síncope, no el colpaso, de la mecánica cuántica. Porque, ya que no hay aparatos que nos midan, como tampoco un instante preciso de referencia en que podamos asegurar categóricamente: sí, ahí fue, el momento de la elección, sin la concurrencia de una serie de circunstancias más o menos febriles, más que colapso lo que sufrimos es un síncope. Un síncope electivo. Porque a la vez que es respuesta de nuestra voluntad es también la exteriorización de una patología incubada, en la cual no hemos intervenido nosotros solos. El caso de Aquiles es fácilmente concretable: tomó su decisión cuando se le presentó Ulises. Pero sería más pertinente y acertado decir que sufrió un síncope electivo, en el cual influyeron las circunstancias concurrentes, no necesariamente nítidas y visualizables. Porque ¿qué hubiera decidido antes de haberse desposado con Deidamía y haber nacido Neoptólemo? Es erróneo pensar que, al verse aún libre del lazo conyugal, menos dudas habría tenido en unirse a Ulises. Al contrario: la perspectiva del desposorio con alguna de las hijas del rey Licomedes, le brindaría aún una posibilidad demasiado fuerte y atractiva. Mientras que el hecho de que esta experiencia estuviera ya consumada (al menos en su principio), le determinó a desprenderse de la misma, para lanzarse a la aventura y a la guerra.
  


  El potencial del estado estético es mayor en la situación previa a desposarse con Deidamía que una vez unido a ella, y todavía mayor aquí que antes de haber nacido Neoptólemo. Al marcharse con Ulises (tras el síncope electivo) abandonó el estado estético por el ético, la complacencia y la exquisitez ociosa entre aromas femeninos, por el compromiso y la tensión del fragor bélico. 
  


  Afortunadamente nos quedó El Otro Aquiles para configurar lo que dió de sí la alternativa de la historia. Un Otro igualmente valeroso y batallador, pero que decidió quedarse. Un Otro intercambiable con el mítico, el heróico, así como, al fallecer Damián, en la obra de Unamuno, Cosme, el gemelo, asume la identidad de los dos. Para las esposas El Otro es quien les conviene y desean, y este, no contradice a ninguna. Desde la muerte de Aquiles por el flechazo de Paris, el Otro Aquiles es los dos, y como tal, concede la razón a las mujeres que lo reclaman y responde igualmente por las gestas heroicas y las tareas domésticas que le atribuyen. Parafraseando a Wislawa Szymborska, en su poema Del Montón, afirmaremos que fue inequívocamente uno y otro sin por ello sufrir el extrañamiento que le hubiera deparado ser solamente uno de los dos.
  


  Ya afirmó Unamuno que el matrimonio es una escuela de fingimientos (Madres), probablemente la mejor. Por eso el Otro Aquiles, el que permaneció en Esciros, haciendo vida de esposo de Deidamía, aprendió los fingimientos necesarios para aparentar que dedicaba enteramente su vida a ser un ciudadano del montón, intrascendente, anodino, cuando, a la muerte de su hermano gemelo en Troya, hubo de asumir sus gestas y acarrear sus amores (Briseida, Pentesilea, Patroclo...). Supo manejar, no una pérfida doblez, sino una dualidad intrínseca, propia, natural, así como la luz necesita ser, sin contradecirse, onda y corpúsculo a la vez. La disyuntiva entre lo estético y lo ético, lo filosófico y lo experimental, lo contemplativo y lo práctico, lo regalado y lo sufrido, la resolvió magistralmente. Claro: porque era Aquiles. Inteligente y poderoso a un tiempo.




  Quienes no fueron ni son Aquiles, quienes no conocieron ni conocen que hubo un hermano gemelo que siguió los pasos determinados por un síncope electivo distinto, no alcanzaron ni alcanzarán a comprender su experiencia ni su sabiduría, la dimensión de su conciencia, la magnitud de su leyenda. Talmente Pierre, el protagonista de la Amaba, de Anna Gavalda. No es que fuera un cobarde, renegando de su amor verdadero, al que mantuvo en secreto. Es que no conocía al Otro Aquiles unamuniano, ni había leído la Amante de Maja Langsdorff. No han de ser mutuamente excluyentes, aunque tampoco intersecten, como los conjuntos disjuntos. Lo que Pierre buscaba era probablemente El goce supremo, al margen de conceder que primeramente sobrevino el encuentro accidental, y luego ya lo buscó y lo ansió; pero, mira tú por donde, Sarah no le reveló que con el atlético chico que pasó toda una noche ñaca-ñaca no alcanzó el deseado orgasmo, y sí, imprevistamente, con el veterano amante cincuentón que la masturbó mientras contemplaba un programa televisivo de animales salvajes. El típico caso de zoofilia inducida. Es cuestión de descubrir la perversión nuestra de cada día.






  La estatua de el Otro Aquiles es espléndida, colosal, bella, y por eso cada vez que paso por la venta en bicicleta la venero, como Alejandro Magno la de Aquiles. El héroe de lo cotidiano. El paradigma del vividor que es la suma de lo vivido y de las posibilidades soñadas que fue apartando del camino y a menudo gozan de un potencial emocional evocador mucho más intenso que las propias experiencias, según la perspicacia de Javier Marías. En la explanada que rodea a la estatua no hay instalada una barraca con la atracción de los espejos deformantes como la del campo del ferial en Swaenson o la del callejón del Gato en Madrid. No caben dudas de su imagen real. Es esa. La estatua (con apariencia de palmera desangelada) del verdadero Otro Aquiles, y solo unos ojos privilegiados pueden comprender su belleza y su perfección. He ahí el Otro que se esconde bajo el que ríe, el que posa, el que expone su cara y sus cabellos y hace salir bonitas palabras de su boca, y tiene dinero, y riñe y ama, y se mueve y lucha. Eso sí, sin olvidar lo que apuntó don Filiberto sobre Unamuno: que es el primer humorista de España.