viernes, 24 de enero de 2014

Venta la Rufana






  No sabe explicarme la dueña la procedencia y significado del nombre, que data de la época de su bisabuelo, al que le adjudicaron las tierras como a otros colonos que hasta entonces las trabajaron en régimen de aparcería. Su construcción también resulta misteriosa, adoptando, por descontado, el mismo nombre que las tierras, las cuales se extienden más allá del cerco que la delimita.






  Me permite pasar al comedor y hacer unas fotos, encendiendo las luces para facilitarlas. Bajo unos escalones.

  Hay adornos navideños, profusión de mesas, muy pegadas y convenientemente arregladas, cortinas traslúcidas, manteles rojos, cuadros taurinos, y, muy relevante, una chimenea. Encima: una cabeza de ciervo, de discreta cornamenta (no llega al Sintetoceros prehistórico).









  Tras recrearme, agradezco la atención, me despido y salgo por el estrecho pasillo en que está la barra, sin taburetes ni otros asientos para el acomodo.

  La historia que me ha contado no es consistente, no concuerda con las evidencias que yo he constatado de ser un cetáceo emergido de las profundidades. Rufana es, sin duda, el nombre de una ballena.







  El acceso a la misma (el pasillo estrecho junto a la barra) es una garganta angosta y amenazadora (José Hierro), que produce un efecto de succión, cual fuera el que experimentaron Jonás y Pinocho al ser engullidos, a pesar de la angostura y las barbas filtradoras. Dentro, la caverna rígida, angulosa y poblada de mesas no priva de percibir sus leves contracciones estomacales, así como, la chimenea, de sentir su exangüe hálito respiratorio.

  Las ballenas, ya se sabe, provenientes de otra era (José Emilio Pacheco), adoptaron infructuosamente la forma de peces, precisando salir a respirar, o mantener abierta la válvula (surtidor-chimenea) por donde hacerlo. Es seguro que adoptaron otras formas, y, sin duda, Rufana prefirió la de Venta.




  De hecho, desde fuera queda camuflada por las algas milenarias adheridas a su cuerpo oblongo, graso, azabache y cristal; así como oculta el arpón clavado (identificable como un retorcido tronco de árbol, detrás de Papá Noel), sin duda por el bisabuelo colono.





  No creo, a pesar del arpón (con el que coexiste como Moby Dick), que sea una ballena agonizante, como las varadas en las playas de Long Island, cerca de los carruseles donde juegan los niños, desconectados de lo fabuloso. Más bien ha encontrado en este envaramiento su serenidad y el placer simbiótico de digerir los caldos de sangre que sobran a los comensales.

  En el pasado disfrutaron de la chimenea dos amantes: la dama de un castillo (el de Santa Catalina), abandonando ocasionalmente su fortaleza disfrazada de garbosa provinciana, y un hijodalgo vagamente aficionado a los recorridos rocambolescos en un rocín flaco. Es el único caso que se conoce de amantes que se citaron en el interior de una ballena.


viernes, 3 de enero de 2014

Venta Las Quinientas





  Hay aquí una chimenea de verdad, ya difícil de encontrar a estas alturas de siglo en que pocos ejemplares quedan de camaleones leopardo o tigres de las nieves. Es también una chimenea navideña, o sea, dickenssiana.



 La venta está en el cruce de cuatro caminos (el Croosroads demoníaco de Robert Johnson), hacia cuatro puntos cardinales: El Portal, Lomopardo, Yeguada de la Cartuja y Granja de Cocodrilos Kariba.



 Su significado corresponde a refrendar el nombre de la finca de los duques de Villamarta o de los condes Doméq o de la baronesa Blixen o qué sabe ella, según me explica, la rechoncha y desdentada dueña. La cual, sin duda, percibe mi intento de asemejarme a su habla campechana para hacerme entender o más bien hacerme sujeto confiable; intento risible porque yo hablo fino; así que en seguida se me aparta y se junta con los del extremo de la barra, más de su estirpe.




  Lo que necesito encontrar es una esterilla o una alfombra (persa, caucásica, turquestana…) para acomodarme al amor de la lumbre de esta chimenea de verdad, donde arde robusto y paciente un tronco. La llama flamea por su espalda, a ráfagas de intensidad variable, lo cual la dota de una intención misteriosa al no vislumbrarse una razón evidente que la estimule o mitigue externamente si no es la sujeción a las leyes de su propio arder.
  Me hago un hueco tras apartar bruscamente a un parroquiano con colaña interdental haciendo visajes de lagartija; la colaña acaba en la llama. Me tumbo en la alfombra, y el calorcito (muy distinto del de las estufas o calefactores eléctricos) me hace dormirme y despertarme en distintos sueños.
  En el primero Raskolnikov está siendo interrogado por el teniente de policía san peterburguesa Ilia Petrovich a causa de sus deudas con la patrona a la que debe el alquiler; todavía desconoce que ha asesinado a la vieja prestamista para poder saldarlas. En el segundo Kurt Crüwell permanece en el sanatorio de Notre Dame de Rocamodour, dislocado el intelecto del resto de su sensibilidad corporal, mientras la hábil enfermera escocesa Esmeralda comienza a hacerlo reaccionar colocándole cerca las agujas y retales de sastre que había guardados entre sus efectos personales. En el tercero el slum Garib Nagar de Bandra se pega fuego, consumiendo las chabolas y los vertidos de las calles, a pesar de lo cual los niños se divierten y juegan a saltar y deslizarse entre las llamas. En el cuarto Finch Hatton ordena a Isak Dinesen que permanezca quieta frente a la leona que la acecha, no perciba su nerviosismo y le salte encima y la devore. En el quinto Neil y Brenda se citan a escondidas en los aparcamientos de caravanas al pie del lago Hurón.
  Me despierto reconstituido. El tronco se ha reducido a ascuas incandescentes. La alfombra se ha disuelto en la ceniza del suelo. La chimenea no me la puedo cargar en la bicicleta como tampoco las aspas del techo para usarlas de hélice propulsora.



  No me disgusta haber vuelto a suspender la asignatura: Instrucciones para blindar un corazón, de José María Parreño (ha sido en el apartado: Combatir a la muerte en todos los frentes/ y sobre todo / en el campo de batalla de tu piel). Me sale una isla de Batz en la región subclavia mientras pedaleo el camino de regreso por la CA-3113. Saludo a los caballos de Adonais que no retozan en las playas de Roscoff, sino en un reducido cuadrilátero, embarrado e infecto. Por su propio bien será mejor que no sueñen con chimeneas.