miércoles, 3 de agosto de 2016

Venta Tártaros



  Todavía quedan tártaros. Camuflados, mimetizados, confundidos entre la gente normal. Perdieron su afán de conquista, pero no su vigor natural, su obstinación por las pequeñas posesiones. La derrota, la desposesión fue mayúscula. Huyeron de sus tierras (Ghengis Khan, entre otros, les propinó una buena tunda), se exiliaron, en algunos casos fundaron pequeñas comunidades, en la mayoría vivieron solos. Mantuvieron sus hábitos, sobre todo, el de la perpetua preparación física contra enemigos hipotéticos. Para mejorar la calidad de los entrenamientos ensayaron a menudo sobre enemigos inventados.



   La mínima perturbación en el horizonte de sucesos de sus costumbres austeras, simples, los desazona, los destempla, los ponen en guardia. En el baúl de sus secretos guardan el sable, que afilan, prueban sobre carne magra, tierna, frágil. Entonan sus letanías características, los salmos rituales de la guerra, los aullidos que el viento expande. Esperan una reacción antes de tener que usar el arma, su reliquia secreta, una retractación del desatino amenazador que los hirió. Refuerzan la intimidación con una sacudida, una verborrea victimizante y acusatoria, una mirada que fulmina, un rostro que se crispa, un aspaviento que golpea, un apretón que encuentra un cuello propicio. Y, por último, una retirada satisfecha a la inmensidad de su territorio acotado por cuatro paredes.





   Los agredidos callan, deponen su gallardía, sigilan sus pasos, contienen la respiración. Escuchan sin ser oyentes casuales como Farinato y su madre, porque, a diferencia de estos, les acusan de una malicia solapada, una intención desquiciadora. Les gustaría interpretar la verborrea, la admonición reiterada, el atosigamiento coactivo, para conocer la verdad que se esconde detrás, a la que tienen derecho, de la que tienen necesidad para no ahogarse en la locura. No saben que están ante un tártaro. Y sufren enmudecidos, agarrotados, paralizados en un espasmo de terror absurdo, porque no son vistos como quienes son, sino como los enemigos que han inventado para ensayar en ellos su virilidad musculosa. Pasado el tiempo, después de muchos episodios de olvido, necesarios para sobrevivir, encuentran testigos amables que los alivian, al dejarse contar. Y, en no pocos casos, se enamoran de ellos.


   Y ellos se constituyen en los depositarios de los sufrimientos inútiles que hay repartidos por el mundo, gracias a lo cual, evitan la exacerbación de la locura. La desproporcionada reacción de los tártaros no tiene otro objeto que verificarse a sí mismos lo saludable de su rugido bélico, viendo cómo consiguen provocar la huida por las pistas sin distancia de un laberinto, de un cerco sin salida. Los testigos, al reiterar libremente la costumbre de escuchar, conciben que llegó el momento de establecer una rutina escuchadora férrea, que no deje hueco al desconcierto de una improvisación ni de catastróficos vacíos que pongan en entre dicho el testimonio que han recibido. Si se cumple la rutina, en no pocos casos, se enamorarán de ellas.



  Establecido el triángulo amoroso ocurrirá indefectiblemente lo que augura Juan Benet: un desenlace fatal: la muerte, la desgracia o la separación de los tres protagonistas. Todo menos el final feliz. Sin embargo, hay una excepción. Que uno de ellos sea El amante discreto de Lauren Bacall.







   Tan discreto que respira bajo el agua mientras lo retrata Berta Llonch y escribe poesías alentadoras: Ahora que ya no sientes / la furia del ridículo encendiéndote / y me miras llorando… […] Ahora que la certeza del final / se te ha clavado justo en las pupilas / y la vida te penetra regalada… […] Ahora entiendes mi prisa, / mis ganas de tenerte / antes del dormitorio, / mi insaciable ansiedad / encarnada de piel y de saliva… […] Ahora me pides… / que recupere el tiempo con mis manos. / Y yo tan solo sé / seguir amándote.




4 comentarios:

  1. El arte mayúsculo de narrar poeticamente lo imposible y más desolador sólo puede ser patrimonio de alguna divinidad.

    ResponderEliminar
  2. Para su desdicha su lado humano predomina, y por eso sufre como un gilipollas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuanto dolor nos regala la vida
      Y q desproporcionado el esfuerzo de su enmienda.

      Donde encontrar a Aquiles?

      Eliminar
    2. La última vez le vieron vendiendo clinex a l puerta de un supermercado

      Eliminar

Si me hecho a un lado, podéis adelantarme por la izquierda.